Psicópatas al volante

11.04.2017

Me desconcierta profundamente la manera de conducir de la gente. En base a lo que veo a diario, me sorprende que no haya más accidentes de tráfico de los que ya tienen lugar. No existe ningún orden, cada uno va a lo suyo, de acuerdo a su propio criterio y a menudo, sin respetar a nadie. Clasifico a los conductores que transitan por las carreteras en tres grupos: los comunes, los excesivamente prudentes y los que salen de rally en cuanto arrancan el coche. El problema principal no es que existan estos tres tipos de personas al volante, sino el hecho de que todos coincidan en una misma autovía. No sólo no son compatibles sino que juntos, construyen una verdadera bomba de relojería circulatoria que si te pilla cerca, te puede explotar en la cara.

Es matemáticamente imposible no cruzarse ni un solo día con algún incompetente dentro de un vehículo. No voy a hacer distinciones por cuestión de género, ya que me parece poco útil y además, nada realista: que un hombre o una mujer conduzcan bien o mal no depende del sexo al pertenezcan, sino de su destreza, sus reflejos y miles de factores más que van unidos a cada persona de una manera muy particular. Por ello, voy a centrarme en conductores buenos y malos, sin tener muy claro a qué categoría pertenezco yo misma, aunque tengo la impresión de que no lo hago mal. Quién sabe.

Comenzaré con el grupo de los personas comunes, esas que conducen sin sobresaltos, ni demasiado despacio ni muy deprisa. Son aquellos que respetan, habitualmente, las normas de circulación y las señales de limitación de velocidad. Podría decirse que ni estorban al resto de vehículos que van más rápido, ni llaman la atención por hacer adelantamientos extraños o maniobras raras. Son gente aburrida al volante, no dan de qué hablar, ceden el paso cuando es necesario, siempre ponen los intermitentes y son generosos con sus compañeros de autopista. No obstante, también son escasos; personalmente, he conocido a muy pocos. Y la tendencia es a la baja. Aún más.

Por otra parte, quienes son excesivamente prudentes suelen ser un lastre que perjudica la adecuada conducción de los demás. Es como si vas de excursión al campo, a un ritmo ligero, y de repente, por una senda más estrecha en la que solo caben personas en fila india, te encuentras con un grupo tan lento, que convierte tu agradable paseo inicial en un trayecto eterno. No es que te importe demasiado ir más despacio, puesto que no tienes prisa, pero es molesto. Y frustrante. Algo muy similar sucede en la carretera: los que pecan de prudencia ponen los intermitentes a destiempo, con frecuencia olvidan quitarlos y frenan continuamente sin venir a cuento, por no hablar de los que cambian de carril ochenta veces hasta que se quedan en el definitivo; todo ello influye negativamente en tu propio ritmo.

Por último, mención destacada se merecen los conductores agresivos ó cagaprisas (siempre me ha hecho gracia esa palabra), que piensan que su tiempo vale más que el del resto de la humanidad y ponen así en peligro la correcta circulación en cualquier vía. Son esos individuos de diversa calaña que se manejan con destreza en las maniobras complicadas, resuelven cualquier atasco de forma arriesgada y se pegan a tu coche cuando vas por el carril izquierdo a la velocidad máxima permitida; a ellos no les parece bien y por tanto, quieren adelantarte. Y claro, el método universal para meter presión y que te quites de en medio es arrimarse a tu trasero hasta agotar tu paciencia. En este punto, me interesa ofrecer un consejo a quien lo quiera: jamás pongáis a prueba a un energúmeno de estas características si no queréis tener un susto. Una vez me encontré con alguien a quien no le gustó que no le dejara pasar y durante un par de minutos, se colocó delante de mí frenando casi en seco con el objetivo de que le golpeara, hasta que se cansó y se fue por su camino. Así son los psicópatas al volante de hoy en día.

No obstante, a pesar de esta clasificación personal que hago, pienso que todos tenemos matices de los tres grupos, unos más acentuados que otros, pero todos presentes. Y ninguno estamos exentos de cometer errores, algunos garrafales. Como aquella vez que circulaba por una raqueta y al salir, me metí en dirección contraria: mi copiloto alucinó y yo salvé la situación con rapidez, ante el asombro del resto de conductores de la vía. En otra ocasión, estuve a punto de estamparme contra una autobús que frenó en una parada en plena autopista; mis reflejos me salvaron la vida. O como cuando me quedé en medio de dos carriles porque el coche que se incorporó a mi derecha no me vio y se me echó encima; me pareció una idea estupenda inventarme un carril central y además, la suerte estuvo de mi parte. Detallitos sin importancia.

Sea como sea, con estas líneas intento concienciar sobre la importancia de conducir con cuidado, sin agresividad y de una manera tranquila. La calma es nuestra mejor aliada cuando nos ponemos al volante y deseamos hacer un viaje satisfactorio, sin percances. Es importante encontrar un equilibrio entre una conducción dinámica y una circulación sensata y eficiente. Quien más corre no siempre llega antes; de hecho, a veces, incluso no llega, que eso lo sabemos todos. No lo olvidemos. 

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