Mentirosos/as
Casi nadie es fiable al cien por cien. Incluso el amigo en el que más confiabas y por el que habrías dado todo, te la juega si tiene un motivo de peso o si existe alguna circunstancia que le pueda ser favorable. A veces, incluso te traiciona sin ninguna razón, lo cual es todavía más sorprendente y doloroso, pero no por ello menos real. Siempre existen desencuentros absurdos sin consecuencias en toda relación humana que se precie, pero yo me estoy refiriendo más a las falsedades dañinas, ésas que se dicen sin medir el dolor que puedan ocasionar.
Una cosa son las mentiras piadosas o las mentiras para salir del paso, ésas que decimos en momentos muy puntuales para salvar el pellejo y que no generan ningún sentimiento negativo en la persona que las recibe. Todos mentimos alguna vez y decir que no es así, es mentir descaradamente; qué paradoja. En cambio, otra cosa es hacer de las mentiras tu estilo de vida, tu forma permanente de actuar con los demás. Ahí sí existe un problema de verdad, una cuestión grave que debe ser resuelta, a veces, con la ayuda de especialistas. El problema es que los mentirosos no son conscientes de que lo son.
Mis experiencias (ya unas cuantas) me han mostrado que quienes más presumen de sinceridad y recalcan que van de frente, resultan ser todo lo contrario: una farsa en sí mismos, personas que llevan la falacia por bandera. Hombres y mujeres que viven del engaño continuo, que alimentan su vida y sus relaciones de él, que se nutren de creer sus propias mentiras. Las buenas mentirosas, las grandes embaucadoras son personas que confían ciegamente en lo que dicen, aunque sepan muy bien que no se trata de la verdad. Llega un punto en que sus palabras generan dudas en su propio subconsciente, al no ser capaces de separar realidad y ficción.

Los individuos que mienten por sistema son gente sin sentimientos reales, sin objetivos certeros, sin motivaciones auténticas. Solo les mueve su propio bienestar y beneficio. Lo único verdadero es su charlatanería, sus palabras vacías pronunciadas sin orden ni concierto, aunque a veces, con una lógica aplastante que deja fuera de combate hasta al más inteligente. Son ideas expuestas para quien las quiera oír o incluso para quien sea tan osado de darlas por válidas o creíbles. Tan culpables son las personas que mienten, como las que se dejan engañar. Pero ¿cómo escapar de esta lacra si, en ocasiones, es indetectable?
La vida nos va enseñando, a base de golpes, que debemos desconfiar hasta de nuestra propia sombra. Alguien me dijo una vez que ni siquiera se fiaba de sí mismo, como para poder fiarse de los demás: y es una frase bastante reveladora. No hay garantías para nadie: todos hemos sido y seremos engañados, una y otra vez, por gente que no nos importa lo más mínimo, pero también por personas que sí nos importaron. Lo fundamental es saber reponerse y partir de cero. No llamemos mentiroso a cada nuevo ser humano que conozcamos y que se acerque con buenas intenciones, solo porque nuestras vivencias a este respecto no hayan sido las mejores, porque ni es justo para el nuevo ni lo es para nosotros. Y la desconfianza está completa de injusticias.
No quiero que este artículo se interprete como una apuesta negativa por el ser humano. Mi mayor pretensión es transmitir lo que pienso, hoy por hoy, sobre la mentira: su alcance y sus consecuencias nefastas. Y hacer un llamamiento a todos los que me leéis para que nos protejamos, blindemos nuestras vidas de gente malintencionada y si es necesario, nos pongamos la coraza de la que todo el mundo habla: esa barrera que nos ayuda a no mostrarnos del todo con los demás para no sufrir desengaños. En realidad, no soy así, no me gusta esconder mi manera de ser y suelo mostrarme transparente, pero descubrir que mucho de aquello en lo que creemos está cubierto de falacias, me hace replantearme muchas cosas. Seamos honestos y verdaderos, es la única forma de que podamos sentirnos orgullosos de quiénes somos.