La condena de los impacientes
La incertidumbre acerca de cuestiones vitales de cierta relevancia, en ocasiones nos cae como un jarro de agua fría. Hay personas que gozan de una infinita paciencia y son capaces de asumir que, a veces, no tenemos a nuestra disposición toda la información que necesitamos. En la vida, es un hecho que no es posible saberlo todo en el momento justo, aunque nos empeñemos en que así sea. La información es poder, como bien sabemos, y el hecho de no tenerla o de disponer de ella de manera parcial, nos introduce en un incómodo estado de desasosiego.
Ocurre mucho en el trabajo. Si la situación dentro de la empresa es incierta, deseamos conocer el desenlace lo antes posible, ya sea positivo o negativo. Lo que mina nuestra moral no es la ausencia de respuestas en sí misma, sino lo que ello trae consigo. Con los datos sobre la mesa se pueden hacer elecciones; en cambio, si no tenemos nada, permanecemos en el mismo punto, a la espera, sin ir ni hacia delante ni hacia atrás. Se produce entonces un estatismo molesto, impuesto, no deseado.
Lo importante es avanzar, sea en la dirección que sea, hacia el acierto o hacia el error, pero siempre en movimiento. La gente optimista lo tiene un poco más fácil, porque si esas dudas se terminan de una manera complicada, suelen encontrar el modo de ver el lado bueno de todo eso. Los pesimistas, por el contrario, se quedan solo con lo malo y se regocijan en su propio sufrimiento, sin ver más allá, sin reconocer la cantidad de posibilidades que tienen delante. De todo cambio negativo, puede surgir una enorme oportunidad. Y de hecho, así es en la mayoría de ocasiones. Solo hay que saber verlo.
Querer saber es bueno si nos lo tomamos con filosofía y pensamos con calma en los pros y contras de que se desvele el final de cualquier incertidumbre. La solución a cualquier situación que nos genera dudas nunca es tan terrible como imaginamos al principio, producto de nuestros pensamientos más oscuros que nacen de la espera. Algunas veces funciona imaginar por un instante qué es lo peor que podría ocurrir y en la mayoría de casos, nos damos cuenta de que lo peor realmente no sería para tanto. Ser flexibles y saber adaptarnos a lo que venga nos dará una ventaja con respecto a nosotros mismos y a quienes se encuentran en similares circunstancias.

Después de todo, la actitud es la que marca nuestros ritmos y nuestros estados de ánimo. No es lo mismo vivir con dudas en un comienzo de estado depresivo, que en una etapa donde las ideas esperanzadoras dirigen nuestras decisiones. Cuando queremos que algo se resuelva pronto, lo hacemos confiando en que la solución será favorable, pero también es recomendable pensar en la resolución que nos hará menos felices, porque quizá, ahí nazca el germen de una nueva y prometedora vida que no imaginábamos.
Ser impaciente puede ser un lastre, especialmente a largo plazo. Porque lo queremos todo pronto o de inmediato, y si no es así, aparece la frustración y la incertidumbre mal gestionada. Dicen que las cosas buenas se hacen esperar y que tener la suficiente paciencia es una garantía para lograr un éxito firme en aquello que nos proponemos. Las prisas no son buenas (eso también lo oímos continuamente), pero sin embargo, permitimos que éstas dirijan nuestros pasos. Y así es imposible esperar con calma que las cosas, sencillamente, ocurran.
No crearse expectativas demasiado altas ayuda a que las dudas pasajeras sean más fáciles de asumir. Lo que tenga que suceder, lo hará de todos modos, con independencia de lo que deseemos, del tiempo que llevemos esperando y de la predisposición a mejorar que tengamos. Y esto es así porque, simplemente, hay cuestiones que nosotros no podemos decidir, que dependen de otros y que nos hacen vulnerables. Es la condena de los impacientes.
Hagamos de esa
vulnerabilidad una oportunidad para crecer y ser felices en el seno de lo
imprevisto, de lo que viene de repente, sin previo aviso, pero que nos cambia
la vida de una manera abrumadora y maravillosa. Las casualidades no dejan de
conformar quiénes somos, así que disfrutemos del cambio continuo, porque es la
chispa de la vida.