La timidez patológica
Todos tenemos momentos de timidez a distintos niveles. Es improbable que haya personas que jamás se hayan mostrado tímidas en algún instante de sus vidas. Conocer gente nueva, empezar en un nuevo puesto de trabajo o acudir a una reunión formal o informal son situaciones en las que la timidez puede hacer acto de presencia. Es algo normal, salvo que dirija nuestros planes y determine nuestras decisiones. De hecho, por poner solo un ejemplo, hay personas que no van a una fiesta donde saben que se lo pasarán bien, porque el miedo a relacionarse con otros a los que no conocen o han tratado con poca frecuencia es más fuerte que cualquier otra posibilidad.
La timidez patológica es una enfermedad y como tal, nos limita de algún modo. Es un trastorno emocional que aisla socialmente al sujeto que lo sufre y que le impide romper las barreras que todos debemos superar en condiciones normales. Quién más o quién menos lo pasa mal durante los primeros días en una empresa en la que tiene que recibir una formación y todo supone una novedad, con mayores o menores dificultades. Del mismo modo, todos nos quedamos cortados cuando nos presentan a alguien nuevo que nos resulta especial, aunque a los pocos minutos, esa vergüenza se supera. La cuestión es que los tímidos patológicos no encuentran las herramientas adecuadas para hacerse fuertes frente a las vivencias que les paralizan. Se bloquean y son incapaces de salir de su trance.
Cuando la cosa se pone fea, es necesario acudir a un especialista, que mediante una terapia cognitivo-conductual, hará que el paciente descubra la importancia de tener un pensamiento positivo y además, pueda desarrollar las habilidades sociales que todos tenemos. Antes de que el psicólogo enfrente al tímido patológico con sus mayores temores (que lo hará), su objetivo es que éste domine técnicas de relajación (fundamentales para lograr la calma ante situaciones que le sobrepasen), refuerce sus mejores cualidades (primero, hay que analizar los puntos fuertes de cada uno y así, potenciarlos) y mejore su autoestima (quererse y aceptarse a uno mismo es clave para luchar contra cualquier trastorno emocional). En los casos más graves, se recurre a la hipnosis, siempre bajo supervisión médica.

En ocasiones, conocemos personas cuya conducta no comprendemos, porque es distinta de la habitual o porque incluso, parecen individuos ariscos que no quieren relacionarse con nadie. Que alguien sea demasiado callado o distante le conduce directamente al aislamiento a corto y medio plazo. Aunque pueda parecer lo contrario, un tímido patológico no desea quedarse solo; más bien, busca el afecto con especial empeño, pero no se atreve a mostrarse tal y como es. Tampoco le dice a nadie, de buenas a primeras, que tiene un problema para relacionarse con los demás. Abrirse emocionalmente es un proceso complejo. El problema es que el resto no sabe qué ocurre y lo más sencillo es pensar que se trata de una persona rara o introvertida. Sin más.
Algunas de las conductas por las que podemos distinguir la timidez patológica de un estado de timidez leve u ocasional van desde la dificultad para mantener una conversación y expresarse (a menudo, incluso se quedan en silencio) hasta tener sudoración excesiva, temblores, tartamudeos o parálisis (en cuyos casos, estas personas deciden evitar los encuentros y así es cuando aparece la fobia social). Ruborizarse o quedarse apartados del resto del grupo son solo dos síntomas más de este trastorno. Cuanto peor lo pasan en presencia de los demás, más se cierran en sí mismos, y cada vez es difícil salir de ese bucle tan negativo. Por eso es necesario acudir a terapia.
En la sociedad en la que vivimos, no nos detenemos a pensar en si esa chica o ese chico que no habla con nadie en las reuniones y que camina cabizbajo la mayor parte del tiempo necesita que le dediquen tiempo, de manera personal y sincera, para que pueda mostrar sus emociones. Conocer y tratar de comprender a una persona tímida en profundidad puede enseñarnos mucho de la vida y del tipo de relaciones que mantenemos con los demás. Seamos más sanos, no juzguemos al otro y sobre todo, tendamos la mano a cualquiera que la pueda necesitar. Es posible que algún día tú te encuentres en el otro lado y necesites que alguien te diga que puedes contar con él o con ella. Hoy es tu oportunidad de decirle a los demás "aquí estoy". No la desaproveches. Seguro que aprendes una gran lección.