¿Soy feliz?
De vez en cuando, conviene formularse esta pregunta. Y pensar en serio sobre la respuesta. Hacer balance sobre el tipo que cosas que hacemos, en qué situación nos encontramos y hacia dónde queremos dirigirnos es sano para ver qué decisiones debemos tomar. Dicen que la felicidad es hacer lo que se desea y desear lo que se hace, pero nunca es tan sencillo. Existen límites, dificultades o dilemas morales que nos impiden ser totalmente libres a este respecto. La felicidad, vista de este modo ideal, no es más que un deseo frustrado. No siempre hacemos lo que queremos ni, mucho menos, estamos conformes con ello durante mucho tiempo. Por eso, la clave es perseguir otra variante de la felicidad, una alternativa más accesible.
La felicidad es la mayor aspiración del ser humano. Nos pasamos la vida, casi en su totalidad, dedicados en cuerpo y alma a llevar a cabo actividades que nos hacen felices. La vida no tendría sentido alguno sin ese objetivo. No seríamos nada sin la búsqueda constante e intensa de la dicha. Somos dependientes de un proceso que nos hace esclavos, porque recorremos un camino hacia la sonrisa perpetua que casi nunca termina allí donde desearíamos. Sabemos de qué punto partimos, pero no dónde terminaremos. Y es por eso que quizá, a veces, sentimos justamente lo contrario que esperábamos: nos invade la desdicha más absoluta. Porque siempre queremos más, somos inconformistas.
La felicidad intensa puede llevarnos al dolor si no sabemos gestionarla. Hay personas a las que les cuesta asumir las distancias físicas en las relaciones amorosas, por poner un ejemplo. Y es por eso que muchas de estas historias fracasan. Cambiar los felices días compartidos por las ausencias prolongadas, en ocasiones es difícil de asimilar. Y todo por no darnos cuenta de que echarse de menos es otra manera de ser feliz, intangible, pero muy real. Además, muchas veces, aspiramos a sentir el mismo nivel de emoción positiva a cada rato, que es por completo imposible. Y tras la euforia, puede venir la depresión. No en términos estrictos (en cuyo caso, estaríamos hablando de trastorno bipolar), pero sí reflejados en los altibajos del día a día. Por eso, es importante la moderación, para lo bueno y para lo malo.

Es un hecho que pensamos más en el futuro que en el presente. Nos imaginamos situaciones que ocurrirán más adelante y que esperamos con ganas, sin detenernos ni un instante a valorar el aquí y el ahora, qué es lo que realmente importa. Y cuando echamos la vista atrás, somos dolorosamente conscientes de que nos perdimos aquel presente maravilloso que no disfrutamos con la intensidad que requería. Y sentimos pena, cierto vacío, una ligera añoranza. Tristeza por la belleza de lo vivido y lo efímero de los momentos felices. Ilusión por lo que está por venir, aunque sea incierto.
Estoy convencida de que si la felicidad fuese permanente, eterna, no sería tan valiosa. Aquello que se consigue fácilmente y de forma habitual, pierde esa magia fascinante. El éxtasis, la máxima euforia, suele durar muy poco. Lo bueno, si breve, dos veces bueno, o al menos, eso dicen. No obstante, no me convence del todo tal afirmación: creo que las cosas bonitas deberían perdurar. Tanto como fuese posible, hasta convertirse casi en una droga. Una suave adicción, como los besos o los abrazos que recibimos o las palabras de los que desean nuestro bienestar.
Felicidad es lo que está ocurriendo en este momento. Es escribir estas líneas para compartirlas con los demás, como medio para expresar lo que llevo dentro, lo que creo, lo que siento. Es mirar de frente y pensar en aquel bonito recuerdo de hace unos días, en aquellas sonrisas que me dedicaron, en aquel gesto de cariño que percibí y me guardé. Es respirar, estar viva, sentir la temperatura perfecta a mi alrededor, escuchar el ruido de la ciudad, su olor. Es recordar un aroma familiar, cálido. Es volver a casa mentalmente cuando estás lejos. Es amar sin esperar nada a cambio, sin condiciones. Es ser generosa en los momentos más necesarios. Es dar, sin esperar recibir. Es reír a carcajadas por un motivo absurdo. Es fluir.
Felicidad es todo ello.
Y aún así, queremos más. Y mejor. Y siempre. Pero es que, ¿quién querría
conformarse con menos?