¡Qué importantes son papá y mamá!
Son las nueve de la noche. Me siento a cenar una tortilla francesa de queso curado, en casa, con mis padres, como es casi habitual (los días que no estoy crean la excepción). Los tres disfrutamos nuestros platos en silencio, en la calidez del hogar, con la tranquilidad cotidiana que hace del día a día una estupenda rutina. No necesitamos hablar, no hay que forzar nada, todo fluye en el seno de una estrecha confianza que empezó a construirse el día en que nací.
Me gusta vivir con ellos, lo cual no significa que no vea como un paso lógico e inevitable el hecho de tener que independizarme cuando llegue el momento. No obstante, tengo una actitud atípica con respecto a convivir con mis padres, teniendo ya treinta años cumplidos. Digamos que no me siento frustrada por no disponer de mi propio espacio vital, ni por no poder asumir costumbres propias. Me encanta estar con ellos.
Es cierto que las circunstancias que me rodean no son las más favorables para plantearme volar del nido, puesto que si lo hubiesen sido, es bastante seguro que habría tomado la decisión de marcharme hace ya unos pocos años. Mi situación económica negativa ha influido de manera decisiva, pero también me ha ayudado a fortalecer mi idea de que el vínculo familiar prolongado es extremadamente importante.
Valoro más que nunca la oportunidad que me ha brindado la vida de pasar tanto tiempo viviendo con ellos, porque se trata de ratos exclusivos, bajo el mismo techo, que si se pierden, ya nunca se recuperan. Y no es lo mismo una vez que te independizas, porque cuando eso pasa, los sigues viendo, pero no existe ese clima de cotidianidad, esa seguridad y placidez que genera la convivencia.
Ellos son los pilares fundamentales de la existencia de cualquier persona, sin mencionar a la pareja sentimental, o a los hermanos (quien los tenga), claro está. Los padres te convierten en la persona que eres, te educan en unos valores que ellos consideran los mejores, te descubren lo que está bien y lo que está mal, te hace crecer en un entorno de paz en el que todo lo que se queda fuera, es relativo, tiene menos importancia. Hacen una labor impagable, que muchos hijos, más a menudo de lo que sería deseable, no saben agradecerles ni corresponderles.
No entiendo a esas personas que no se hablan con su familia, como si cualquier problema o roce pudiera ser más importante que mantener una relación eterna con aquellos que les dieron la vida. Sin nuestros padres, no existiríamos, lo que da la sensación de que a algunos se les olvida. Y resulta que es la clave de todo.
Por eso, considero un premio cada instante que vivo con ellos. Pienso que me sobra tiempo para pasarlo fuera, en otro lugar, al que me adaptaré, desde luego, pero que jamás será igual. Porque algún día, ellos no estarán, me dejarán un vacío imposible de ocupar, y entonces lamentaré cada minuto que no haya vivido en su compañía.
Hoy agradezco cada uno de sus consejos, sus besos, sus abrazos, los límites que me ponen y que para mí nunca han sido un problema. Todos necesitamos nuestro propio espacio, pero lo cierto es que, a falta de una ocasión real de irme de su casa, ahora mismo lo tengo; un pequeño rincón, que es mío, y en el que puedo desarrollarme sin que la presencia de mis padres sea ningún obstáculo. Habrá gente que esto no lo entienda, pero para mí es tan claro, que no echo de menos otras opciones (aunque pueda imaginarlas). Vivir con ellos es mi regalo diario y me siento plena.
Así, aprovecho este artículo para decirles a mis padres que les quiero, que sin ellos, no me habría convertido en la persona que soy, ni tendría las ideas que tengo, ni la cabeza tan bien amueblada como la tengo, tal y como algunas personas me han dicho en ciertas ocasiones. La educación que me dieron fue fundamental para ser una persona íntegra y para haber sabido tomar decisiones y dirigir mi vida, aunque el trabajo me haya sido bastante esquivo hasta ahora.
Gracias, Juan Carlos. Gracias, Marta. De todo corazón. Sois y seréis siempre los mejores. En este mundo y en el otro. Eternamente.