¿Qué es la fagofobia?
No es ninguna tontería. El miedo irracional a tragar o a atragantarse existe, aunque sea muy poco frecuente. Como consecuencia de este temor, se tiene la sensación de que la garganta se estrecha, lo que hace pensar que la comida no podrá pasar por ahí y por lo tanto, se producirá el ahogamiento. Entendida desde la distancia, parece una idea bastante absurda. Partimos de la base de que el cuerpo humano, al igual que el del resto de seres vivos, está preparado para ingerir alimentos y tragarlos sin ninguna dificultad, porque el pensamiento de un fagofóbico no se sostiene de ningún modo. No obstante, ocurre y es algo más complejo de lo que parece.
En los casos más extremos, la fagofobia hace que se prefiera comer alimentos líquidos, suaves o fáciles de tragar para evitar complicaciones. Otras veces, se mastica excesivamente hasta asegurarse por completo de que tragar no supone ningún peligro. Algunas de las personas que sufren esta fobia incluso dejan de comer o comen lo mínimo para huir de la angustia que les ocasiona tragar. Por ello, podría perfectamente incluirse dentro de los trastornos alimenticios, aunque está catalogada dentro de la categoría conocida como "otras fobias".
En torno a un 6% de la población adulta acude al otorrinolaringólogo hablando de dificultades para tragar. Los motivos más habituales son una obstrucción anatómica o problemas en la movilidad del tracto digestivo, pero en algunas ocasiones, no se encuentran daños físicos, por lo que se intuyen causas psicológicas. En ocasiones, existen trastornos psíquicos que nada tienen que ver con la alimentación, pero que se manifiestan de este modo. El poder de la mente es abrumador y a veces, juega malas pasadas. Esta fobia aparece como una reacción ante la comida y en los casos más graves, puede generar ansiedad, dificultades respiratorias, mareos, náuseas, boca seca, miedo a morir atragantado o a volverse loco y perder el control, palpitaciones o una sensación de alejamiento de la realidad.
Que parezca que sé bien sobre lo que escribo hoy no es casualidad: durante una temporada, sufrí fagofobia. Eso sí, debió ser su variante más suave, puesto que no sentí casi ninguna de las consecuencias que he destacado más arriba. Era un miedo incomprensible a tragar determinados alimentos, especialmente aquellos más "difíciles" de deglutir, como calamares, jamón serrano, lechuga, frutos secos o cualquier otro producto que sintiese que se me pudiese pegar a la garganta y provocarme asfixia. La sensación de que mi garganta parecía más estrecha era real, aunque yo era muy consciente de que todo era producto de mi imaginación. Esta fobia me hizo adelgazar.

Sí, lo sé, a mí también me haría gracia si lo leyese de otra persona: es una fobia ridícula y sin sentido alguno, pero como todos los miedos, no se sustenta en una base racional. Y ocurre sin más. A mí me surgió de la noche a la mañana. Un día, comí una loncha de jamón serrano, que se me quedó atascada sin que existiesen indicios de atragantamiento; simplemente, noté que la loncha estaba ahí y que no bajaba, pero tampoco le di demasiada importancia. Meses más tarde, el miedo a tragar nació de la nada. La relación entre ambos hechos no está clara, puesto que pasó bastante tiempo entre ellos, pero seguro que algo tuvo que ver. Nunca lo sabré, porque igual que la fagofobia vino, un día se fue. Sin más, sin necesidad de acudir al médico. Tuve suerte.
Mi teoría es que el hecho de estar desempleada, no tener nada que hacer o estar triste por algún motivo, puede desencadenar fobias de este tipo. El exceso de tiempo libre es nefasto para la salud física y mental, y en aquella etapa, me tocó a mí. En el momento en el que encontré un trabajo, ocupé mis días de manera productiva y tuve menos tiempo para pensar, ese miedo desapareció.
Sin embargo, sé que no elegí el mejor camino: esperar a que esa fobia desapareciese por sí sola, confiando ciegamente en que podría controlar mi mente. Ante cualquier fobia, lo más recomendable es acudir al especialista para que indique cuál es el tratamiento más adecuado. Si las causas son psicológicas, lo mejor es hacer terapia con el fin de reconocer el origen de ese miedo a tragar y ponerle solución. Uno de los métodos que se emplean es hacer que el paciente mastique la comida solo siete veces y luego trague, todo ello delante del especialista. Contando con la ayuda del psicólogo, además, existen mayores garantías de que una vez superada la fagofobia, ésta no vuelva a aparecer y podamos comer todo tipo de alimentos sin ningún temor. No hay que sentir ninguna vergüenza por pedir ayuda si la necesitamos; todos pasamos por baches que precisan del análisis de un especialista. Es la decisión más inteligente y efectiva.